sábado, 15 de enero de 2011

Miedo (2ª parte)

Siete de la mañana. Suena el despertador y se asoma una mano para apagarlo. Al cabo de unos minutos, de entre las sábanas, emerge una cara demacrada, perlada con unos pequeños ojos verde esmeralda y decorados con dos sombras de un ligero color morado.
“Otra vez la misma pesadilla”, pensó ella, pero en el fondo no era la misma porque algo ha cambiado.
La sombra tan conocida por ella ya no le infundía miedo, todo lo contrario, esta vez le inspiró tranquilidad y algo más… Hace dos meses que tiene el mismo sueño, pero sin darse cuenta, cada noche cambia algo.
Esta vez la sombra se acercó lentamente a ella, como esperando que saliera corriendo en cualquier momento, pero cuando la miró parecía que estaba llorando y tenía una enorme tristeza dibujada en los ojos. A pesar del miedo que pudiera sentir en aquel momento se quedó quieta esperando que pasara algo, pero lo único que pasó fue que la sombra dijo las dos únicas palabras que la chica no se esperaba oír: “Te quiero” y volvió a desaparecer.
Después de aquellas palabras ella se quedó petrificada en el acantilado sin saber qué pensar o qué hacer, así que decidió hacer lo único que podía en aquel momento: esperar. Pero la espera no duró demasiado porque de repente a su derecha volvió a aparecer la sombra, “su sombra”. Ese pensamiento la hizo estremecerse porque hasta aquel momento nunca había pensado en aquella invención de su subconsciente como algo suyo.
Aquella noche el sueño se terminó demasiado pronto para ella, pero antes de despertar del todo ocurrió algo: “No temas porque cada vez que desees verme te estaré esperando aquí, en tu sueño donde sólo tú puedes decidir lo que va a pasar a continuación”. Volvió a escuchar su voz, pero no fue una voz real, sino como si alguien hablara en el más recóndito lugar de su mente y aquellas palabras resonaron en su cabeza durante las horas siguientes intentando encontrarles un sentido.
Se pasó el día entero analizando cada palabra, el timbre de voz e incluso la entonación para averiguar si esa sombra tenía algo que ver con la vida real o era tan solo un fruto de su imaginación, pero no sacó nada en claro, ya que no conocía a nadie que hablara de aquella forma.
A la caída de la noche no sabía si dormir o intentar estar despierta toda la noche, ya que la idea de ver de nuevo la sombra la hacía sentirse extraña. Le parecía una locura desear con tanto ahínco soñar con una sombra de la que no sabía nada, pero finalmente el sueño la venció y se vio de nuevo en aquel acantilado tan conocido por ella. Pero esta vez no apareció la sombra sino otra cosa completamente diferente.
A su lado apareció un chico alto, moreno, de ojos verdes y un rostro verdaderamente amigable y en cada rasgo de su rostro había algo que ella conocía muy bien. Allí veía los ojos de su madre, el pelo de su padre y la sonrisa de su abuelo al que tanto quería y echaba de menos desde su fallecimiento. Entonces se atrevió y por primera vez preguntó al chico:
“¿Quién eres y por qué estás aquí?” Al pronunciar esas palabras se dio cuenta de que ella no despegó los labios en ningún momento y que aquella pregunta la hizo desde su mente.
Al escuchar la pregunta, el chico le contestó amablemente: “Soy todas aquellas personas a las que tú quieres y que siempre llevas en tu corazón”
“Si eres todos mis seres querido, ¿por qué sentía tanto miedo las primeras veces que te vi en mis sueños?”
“Por una simple razón: porque como todas las personas del mundo, tú también tienes miedo a la soledad y a lo desconocido que está a tu alrededor, pero no es malo sentir miedo. Es malo sentir miedo y no ser capaz de reconocer lo que sentimos, por eso sentiste la necesidad de escapar cuando nos vimos por primera vez. Por eso no adquirí ninguna forma en concreto hasta ahora, porque la oscuridad o la sombra que era antes es algo tan ambiguo que no somos capaces de ponerle un rostro en concreto hasta que no reconocemos que le tememos a algo.”
“Y, ¿por qué la otra noche me dijiste “te quiero”?”
“Porque todas las personas que llevas en tu corazón también te quieren y lo único que desean es que encuentras la felicidad”
Al escuchar eso, ella se dio cuenta de que el chico tenía razón en todo lo que había dicho. Desde siempre le había temido a todo lo que tenía que ver con lo desconocido. Temía verse sola y no saber qué camino coger en algunos momentos de su vida, por eso se encerró en sí misma, para no tener que arriesgar nada, pero inconscientemente arriesgó muchas cosas. Puso en juego a su familia, sus amigos e incluso su propia felicidad y futuro, ya que viviendo diariamente con el miedo no era capaz de ver más allá de sus temores.
Al reflexionar sobre lo que le dijo el chico vio como el acantilado se transformaba lentamente en un bonito parque donde los árboles eran tan grandes que no se podía distinguir dónde terminaban sus copas, pero a pesar de eso, el sol podía hacerse un hueco entre las ramas y dejar que su calor contribuyera libremente al crecimiento de las plantas de aquel lugar.
Esa misma mañana no hizo falta que la despertara nadie, ya que el sol se dejaba ver entre las cortinas de su dormitorio acariciando suavemente la silueta de sus paredes y sonriéndole a ella y solamente a ella. Y después de mucho tiempo se sintió más ligera, como si con su último sueño hubiese dejado en aquel solitario acantilado todo el peso que llevaba en su corazón.
Por fin se animó a salir de su cama y bajar a desayunar con su familia. A verla todo el mundo bajar las escaleras con su inconfundible sonrisa su madre no vio a una hija abatida sino a una chica que finalmente está empezando a vivir de verdad.
Es verdad que el miedo a la “nada” no se puede superar de la noche a la mañana, pero ella tuvo el valor de reconocer sus miedos y poco a poco la luz de sus ojos volvió a brillar.


Fin


***Lunnaris***

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